martes, 17 de febrero de 2009

Fiebre de sábado noche

Londres. Día 14.

11 de la noche. De repente, estamos los dos solos. Nos hemos conocido un par de horas antes en el hostal al que he ido a tomar algo con unos amigos de unos amigos.


Ella tiene el movil sin bateria. Yo no tengo el numero de nadie. Londres es una ciudad increible, pero no es la mas indicada para buscar a ciegas. Demasiado enorme, demasiado inabarcable. Da igual. Es noche de sabado, y eso es sagrado. Nos han recomendado un lugar, y preguntamos a todo aquel que nos cruzámos cómo llegar. Cada uno contradice las indicaciones del anterior con una seguridad aplastante en sus propias palabras.


Por fin encontramos el dichoso autobus. Llegamos al bar, y bebemos y bebemos hasta que nos damos cuenta de que las luces estan encendidas y la musica ha cesado. La chaqueta no está. Mierda, nos han robado. Hace un frio del carajo y no tenemos chaqueta. Cuando perdemos toda esperanza, se nos aparece la virgen en forma de chica borracha. Tomad, nos la hemos llevado por equivocación.


Salimos del bar, y conseguimos unas cervezas en una tienda que esta abierta dios sabe por qué. Todo muy ilegal. Vuelta al mismo problema. No sabemos que autobús hay que coger. Esta vez, dominados ya por la euforia etilica, tiramos por la tangente y hacemos autostop. Nos paran al medio minuto. Cuando nos percatamos de que tanta buena suerte no es normal, ya es demasiado tarde. Estamos dando vueltas sin rumbo en lo que parece ser una especie de taxi clandestino.


Cuando preguntamos al chofer si falta mucho, este se decide por fin a llevarnos a nuestro destino. Paramos y, antes de que el conductor termine de decir una cifra exageradamente alta, estamos corriendo por el barrio chino. Mierda, hemos perdido el gorro. Con las prisas, se ha debido de caer al huir del taxi. Volvemos cautelosamente, y los dioses vuelven a estar con nosotros. Ahi esta el gorro, indemne, en medio de la carretera.


Volvemos al hostal. Ella tiene un pase para entrar, pero yo no. Decido que mi tarjeta de credito es bastante parecida. Se la enseño al portero, y todo va bien hasta que tropiezo y caigo a sus pies. Por algun inexplicable motivo, se apiada de mi y me deja pasar.


A la mañana siguiente, me despierto desorientado y dolorido. Ni siquiera se donde estoy, hasta que una mano amiga me acerca un enorme y humeante cafe, y la vida vuelve a merecer la pena.

1 comentario: